Está bien mojarse cuando te pones a nadar; si no, ya no resulta tan agradable.
Pocos comportamientos ajenos nos resultan tan irritantes que aquellos que muestran nuestros propios defectos de modo poco favorable.
El mango de la navaja del mal corta más profundamente que la hoja.
Siempre recordaba con incomodidad que todos los habitantes de la Tierra de una latitud ven las mismas estrellas en el cielo. Y, sin embargo, no hay dos culturas que vean las mismas constelaciones. Las pautas que percibimos vienen determinadas por las historias que deseamos creer.
La tragedia griega tenía una idea simple. Una gran verdad: la fuerza de un hombre es también su debilidad.
No creemos lo que pensamos porque vemos lo que vemos, sino que vemos lo que vemos porque pensamos lo que pensamos. Las ideas preconcebidas pueden fácilmente invalidar datos ópticos, incluso hacernos ver cosas que no están ahí.
La culpa es un doloroso deseo de armonía, una necesidad de compensar por una infracción propia, de restablecer el equilibrio, la coherencia. Una coherencia entre lo que se cree y cómo se actúa. Cuando mis acciones son incoherentes con mis valores, creo una brecha, una fuente de tensión. La brecha crea incomodidad. Consciente o inconscientemente, intentamos cerrar la brecha. Buscamos la paz mental que nos proporcionará cerrar esa brecha, compensar por la infracción.
Hay estrellas tan distantes que sus tenues puntos de luz no se registran en el centro de la retina, cuya sensibilidad es ligeramente menor que la del resto de sus superficie. La única forma de ver estas estrellas es mirar varios grados a un lado y a otro. Bajo un escrutinio directo, la estrella es invisible, pero apartar la mirada y allí está.
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